jueves, 7 de junio de 2012

Ray Bradbury in memoriam

El hombre ilustrado se dio la vuelta a la luz de la luna. Se dio la vuelta otra vez… y otra vez… y otra vez…
Ray Bradbury (El Hombre Ilustrado, 1951)


Ray Bradbury, autor de Fahrenheit 451 y unos de los mayores escritores de ciencia ficción del siglo XX, murió hace un par de días a los 91 años.

Dejo con ustedes, a manera de homenaje, un fragmento de uno sus cuentos más hermosos.

Calidoscopio (fragmento)

[…]

Adioses innumerables, despedidas breves. El gran cerebro, extraviado, se desintegraba. Los componentes de aquel cerebro, que habían trabajado con eficiencia y perfección dentro de la caja craneal de la nave espacial, cuando ésta aún surcaba el espacio, morían uno a uno. Todo el significado de sus vidas saltaba hecho añicos. Igual que el cuerpo muere cuando el cerebro deja de funcionar, el espíritu de la nave, todo el tiempo que habían pasado juntos, lo que los unos significaban para los otros, todo eso moría. Applegate ya no era más que un dedo arrancado del cuerpo paterno, ya nunca más sería motivo de desprecio o intrigas. El cerebro había estallado y sus fragmentos inútiles, faltos de misión que cumplir, se desperdigaban. Las voces desaparecieron y el espacio quedó en silencio. Hollis estaba solo, cayendo.

Todos estaban solos. Sus voces se habían desvanecido como los ecos de palabras divinas vibrando en el cielo estrellado. El capitán marchaba hacia el Sol. Stone se alejaba entre la nube de meteoritos, y Stimson, encerrado en sí mismo. Applegate iba hacia Plutón. Smith, Turner, Underwood… Los restos del calidoscopio, las piezas de lo que otrora fue algo coherente, se esparcían por el espacio.

«¿Y yo? —pensó Hollis—. ¿Qué puedo hacer? ¿Puedo hacer algo para compensar una vida terrible y vacía? Si pudiera hacer algo para reparar la mezquindad de todos estos años, el absurdo del que ni siquiera me daba cuenta… Pero no hay nadie aquí. Estoy solo. ¿Cómo hacer algo que valga la pena cuando se está solo? Es imposible. Mañana por la noche me estrellaré contra la atmósfera de la Tierra. Arderé, y mis cenizas se esparcirán por todos los continentes. Seré útil. Sólo un poco, pero las cenizas son cenizas y se mezclarán con la tierra.»

Caía rápidamente, como una bala, como un guijarro, como una pesa metálica. Sereno, ni triste ni feliz… Lo único que deseaba, cuando todos los demás se habían ido, era hacer algo válido, algo que sólo él sabría.

«Cuando entre en la atmósfera, arderé como un meteoro.»

—Me pregunto si alguien me verá —dijo en voz alta.



Desde un camino, un niño alzó la vista hacia el cielo.


—¡Mira, mamá! ¡Mira! —gritó—. ¡Una estrella fugaz!

La estrella blanca, resplandeciente, caía en el polvoriento cielo de Illinois.

—Pide un deseo —dijo la madre del niño—. Pide un deseo.

(1949)

Foto: Eneas.

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