viernes, 20 de agosto de 2010

Depresión inflacionaria, ¿un callejón sin salida?

A primera vista Paul Craig Roberts no es precisamente alguien con quien yo pensaría estar de acuerdo: fue Secretario Adjunto del Tesoro durante el primer mandato de Ronald Reagan y se le atribuye ser uno de los arquitectos de la llamada Reaganomics, algo así como el plato que tuvieron que comer los estadounidenses cuando les aplicaron la receta neoliberal.

Roberts, sin embargo, ha sido crítico tanto con las administraciones demócratas, como de las republicanas. Ha escrito numerosos artículos oponiéndose a la invasión de Iraq y a principios de este año publicó How the Economy Was Lost: The War of the Worlds, un libro en el que analiza cómo la economía de estadounidense llegó a la situación actual.

El caso es que acabo de leer un texto suyo titulado "The US Economy Is On Death Row. Will there be a reprieve?" y me resultó muy interesante.

Roberts comienza afirmando que la crisis actual es inmune a las políticas monetaria y fiscal; nos enfrentamos a otra cosa:

El problema económico estructural comenzó en 1990 con el colapso de la Unión Soviética. Este fallo causó la muerte del socialismo en la India y en China, dos países con enorme exceso de mano de obra. Los directivos de las empresas en Estados Unidos (y en Europa) descubrieron que ellos podían aumentar de forma dramática las ganancias de sus corporaciones, y los bonos que obtenían por resultados, llevándose los empleos de alto valor agregado y alta productividad a países con mano de obra barata.
De acuerdo a Roberts, el traslado de la planta productiva no se hizo buscando una ventaja comparativa, tal como había sido postulado por David Ricardo a principios del siglo XIX, sino una ventaja absoluta, lo cuál es la antítesis del libre comercio.

[L]os economistas proclamaron el remplazo de la economía real con una "economía de servicios". Estados Unidos haría toda la innovación, independiente de cualquier base industrial, manufacturera o ingenieril. Esas absurdas afirmaciones persistieron aun después de que muchas corporaciones anunciaron la reubicación de su investigación y desarrollo en otros países.

Al llegar a esta parte no pude más que sonreír al recordar La tercera ola, el libro de Alvin Toffler que causó furor a principios de los años ochenta.

De este modo, volviendo al tema, mientras los directivos de las grandes empresas se enriquecían aplicando esta política económica, la nueva "economía de servicios" sólo creaba puestos de trabajo mal remunerados que poco a poco fueron erosionando la calidad de vida de la mayoría de los estadounidenses. En poco tiempo Estados Unidos tuvo la peor distribución del ingreso entre los países desarrollados (1).

La única forma de mantener la economía funcionando en este escenario fue expandir la deuda del consumidor: Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, mantuvo una política de bajas tasas de interés que provocó una burbuja inmobiliaria y permitió que los estadounidenses (y europeos) hipotecaran sus casas y utilizaran el dinero obtenido en el consumo… hasta que la burbuja reventó:

La expansión de la deuda del consumidor, como una alternativa al crecimiento de los ingresos del consumidor, ha llegado a su fin. La mayoría de los estadounidenses están sobreendeudados. Las quiebras y la pérdida de empleos ponen en peligro la deuda del consumidor. Los efectos secundarios están socavando los bienes raíces comerciales. Los centros comerciales se están quedando medio vacíos y algunos se están cerrando por completo. Incluso los grandes centros comerciales tienen tiendas cerradas y no encuentran nuevos inquilinos. Una crisis en los bienes raíces comerciales está a punto de revelarse.
(Sobre esto último escribí una nota titulada La burbuja inmobiliaria comercial en este blog hace unos meses.)

En resumen, la política de bajas tasas de interés de la Reserva Federal sólo benefició al sector financiero y prácticamente colapsó el poder de compra del resto de los estadounidenses.

Por otro lado, el déficit comercial provocado debe financiarse mediante la emisión de deuda pero, tras años de déficit continuo y una deuda creciente, el papel del dólar como moneda de reserva comienza a deteriorarse.

Roberts analiza la forma en que los economistas han enfrentado las crisis económicas y el desempleo en el pasado y llega a la conclusión de que estamos ante un escenario inédito:

Para financiar el déficit presupuestario, el gobierno de Estados Unidos tendrá que imprimir dinero. Como los puestos de trabajo han sido exportados, el empleo y la producción no podrán responder a la mayor demanda monetaria resultante de la creación de dinero. El resultado […] será un aumento de precios que la mano de obra desempleada (actualmente por encima del 20% si la medimos utilizando la metodología gubernamental de 1980) no será capaz de pagar.
En otras palabras, Estados Unidos enfrenta la perspectiva de una depresión inflacionaria.
La política económica no tiene una solución para una depresión inflacionaria o para el desempleo causado por la emigración de los puestos de trabajo. Las políticas empleadas para combatir la inflación son opuestas a las utilizadas para combatir el desempleo. De modo que, no hay una solución conocida para este dilema económico […]
Una vez que el dólar pierda su papel como moneda de reserva y Estados Unidos no pueda pagar sus cuentas en su propia moneda, se convertirá, bajo el peso de su deuda, en un país del tercer mundo.

La única salida que encuentra Roberts a este galimatías económico es enfocarse en salvar al dólar reduciendo los déficits presupuestario y comercial.

Para reducir el déficit presupuestario, Roberts sugiere terminar con todas las guerras hegemónicas que Estados Unidos pelea a nivel global (Iraq, Afganistán y Yemen, entre otras), así como eliminar las más de 700 bases militares que el país mantiene fuera de su territorio (2).

El déficit comercial sólo podría reducirse regresando los puestos de trabajo a Estados Unidos, algo que se ve bastante difícil cuando observamos insistentemente la afirmación de que la fiesta puede continuar.

Roberts piensa que la situación podría empeorar y, para ilustrar lo que podría ocurrir si no se toman medidas, utiliza el ejemplo de Detroit, donde el Alcalde pretende reducir las dimensiones de la ciudad demoliendo 10,000 casas en los suburbios ante la imposibilidad de continuar brindándoles servicios.



La reflexión final de Roberts es demoledora:

El siglo XX fue el siglo de Estados Unidos. El siglo XXI se está configurando como el siglo del colapso de Estados Unidos.
Los estadounidenses en su arrogancia, se piensan como "la nación indispensable". Pero el éxito de Estados Unidos en el siglo XX se debió a los errores de otros países. Europa se destruyó a sí misma en dos guerras mundiales. El comunismo y el socialismo previnieron que el Imperio Soviético y Asia fueran económicamente competitivos. Estados Unidos emergió de la Segunda Guerra Mundial como la única economía intacta […]
Las condiciones históricas que elevaron a Estados Unidos ya no existen. En la era posguerra fría, Estados Unidos ha probado ser tan incompetente como aquellos países cuyas estupideces elevaron a este país a la supremacía.
Hoy prevalece en Estados Unidos la propaganda a favor de los intereses creados y no el análisis veraz. Si Estados Unidos va a evitar el basurero de la Historia las tendencias económicas que están destruyendo al país deben ser reconocidas e invertidas.

Francamente pienso que ya no hay modo de evitarlo.

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